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Pidiendo para su madre - Antonio Candia

Pidiendo para su madre Pidiendo para su madre, un joven va por la aldea y aunque el dolor le taladre, sufre, calla y no se queja. Cuando después de rodar por las calles y las plazas, se arrodilla ante un altar; y así le sorprende el cura. Y al ver que una mano falta del brazo de aquel mozuelo, con voz que es toda dulzura le dice: “¿Cómo te llamas?”,”Qué haces dí, por este pueblo?” Antón yo me llamo, Padre  y le pedía a la Virgen  que me den una limosna para que coma mi madre. ¿Y cómo perdiste la mano?  le dice el cura piadoso, fue en el taller, fue en el campo, o algún reptil venenoso te dejó, Antón, desgraciado, y te ha dejado hijo mío pobre, triste y mal parado? No, Padre, no fue un reptil  lo que mi mano cortara. Años ha, que voy pidiendo con lágrimas en los ojos, y el rubor que cubre mi cara. Joven y fuerte fui un día Mis brazos fueron sostén de una madre de alma pura. ¡Madre! palabra sagrada,

Reír llorando - Juan de Dios Peza

Reír llorando Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra— el pueblo al aplaudirlo le decía: «Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz...»  Y el cómico reía. Víctimas del  * spleen , los altos lores, en sus noches más negras y pesadas, iban a ver al rey de los actores y cambiaban su * spleen  en carcajadas. Una vez, ante un médico famoso, llegóse un hombre de mirar sombrío:  «Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso como esta palidez del rostro mío. »Nada me causa encanto ni atractivo; no me importan mi nombre ni mi suerte en un eterno * spleen  muriendo vivo, y es mi única ilusión, la de la muerte». —Viajad y os distraeréis.                                            — ¡Tanto he viajado!  —Las lecturas buscad.                                           —¡Tanto he leído!  —Que os ame una mujer.                                           —¡Si soy amado!  —¡Un título adquirid!                                       

Mas allá de la Muerte - Federico Barreto

Más allá de la muerte Es invierno, una noche negra fría y tempestuosa. En la lúgubre capilla de un asilo monacal yace el cuerpo inanimado de una joven religiosa que, agobiada por la pena, se murió como una rosa arrancada de su tallo por el fiero vendaval. Blanco traje que realza su magnífica belleza simboliza su inocencia, su bondad y su candor: Rosas blancas y en capullos le circundan la cabeza y parece aquella virgen que muriose de tristeza, una novia desmayada en su tálamo de amor. El silencio que allí reina es tan sólo interrumpido por el viento que sacude las vidrieras al pasar, por el viento, y otras veces, por el tétrico graznido de los búhos que allí moran, que han formado allí sus nidos y que atizban lo que pasa por las grietas del altar. Cuatro cirios iluminan, con fulgores inseguros, el cadáver de aquel ángel de belleza y de virtud, y las sombras que proyectan esos cirios en los muros van y vienen en silencio, por los ámbitos obscuros, como un coro de fantasmas circund